viernes, 20 de junio de 2014

Bajadas y subidas

¿Te has preguntado alguna vez qué se puede hacer cuando nada te indica lo que debes hacer?

Miro a las vías cuando llega el tren. Todas y todos lo hacemos. Por mucho tiempo que llevemos aquí, por muy acostumbrados o acostumbradas que podamos llegar a estar con la frecuencia. Lo hacemos porque estamos esperando para echar una mano, para indicar a las personas que van montadas en La Bestia que las esperamos, que tienen un espacio para ellas, que van a estar seguras y cuidadas con nosotras y nosotros.

La gente mira cómo pasan. Escucha el sonido del tren al frenar y recular. Se impacta con la imagen de los vagones repletos de personas encima de ellos. Los diversos modos de bajar de allí por mucho que indiquemos que esperen a que pare totalmente, por más que indiquemos que llega el retroceso y les puede matar.



Yo con el tiempo miro más allá. Más adelante en el tiempo. El momento posterior a total desembarco del tren, si la palabra desembarco se puede utilizar para tan demoniaca máquina. Cuando han bajado todas y todos. Los instantes posteriores a cuando se aproximan al albergue los que saben dónde estamos o las que han oído nuestra llamada. El breve espacio de tiempo tras la desaparición de todas y todos, bien en el albergue, bien tras sus guías y polleros, que tan sorprendentemente rápido se va. Se van y desparecen todas y todos. Pero siempre hay indecisos e indecisas. Siempre hay personas que bajan del tren y que nadie “vela” por ellas. Usualmente hay grupos pequeños, tríos o parejas a las que nadie parece hacer caso. Esos grupitos que no están conducidos por las mafias y que no saben que existe el albergue o no se fían de nada. Es bueno no fiarse de nada en este viaje. Toda precaución y desconfianza son pocas. Son esos grupos de personas que se bajan del tren y no saben si vienen o si van. Si es mejor estar o si realmente son conscientes de que ya no son para casi nadie. Hay quién los llamó “Invisibles” como a todas y todos los que hacen el trayecto migratorio. Son los que últimamente más me llaman la atención. Esas personas que necesitan que alguien, sin que les transmita desconfianza o miedo les indique dónde ir y qué hacer. Al menos hasta la próxima salida del tren. Hasta que el destino elegido les marque terriblemente los ritmos. Posiblemente pocas horas después, aunque eso nunca es del todo seguro.

Como tantas cosas que vemos por aquí, tienen su reflejo en la sociedad tan lejana desde la que hemos venido. Un reflejo deforme, injusto e incluso esperpéntico a lo Valle Inclán Style. Personas que se apean del bus en una terminal de autobuses de una gran ciudad sin saber por dónde queda la salida, anestesiados pasajeros de un avión recién aterrizado que no encuentran dónde recoger su equipaje, turistas en un suburbano que no sospechan qué dirección tomar para que la salida les deje frente a su monumento o atracción buscada.

Volví por allí hace un tiempo. En esos momentos tuve la tentación de dar la mano a muchas personas. Agarrar la mano y con la mayor de mis sonrisas y el más grande de mi cariño invitarlas a acompañarme al mejor de sus destinos. Pero no lo hice. Afortunadamente. Creo que me hubiera ganado más de un disgusto, algún porrazo o búsqueda de excusas ante alguna autoridad. El mundo no está preparado para que yo vaya ofreciendo tomar de la mano a nadie. Nadie necesita una mano como la mía para salir de su despiste. Mi mano está inmersa en una sociedad que controla su acción hasta esos límites.

Al volver por Ciudad Ixtepec es aún peor. Si me acerco a ofrecer la mano a alguna persona que baja perdida del tren, que no sabe si viene o si va, seguramente salga huyendo de mí. Puede creerme un agente de migración, un atracador, un narco, un marero o un proxeneta blanquito con mucha plata.

No hago más que mirar cuando el tren está totalmente parado y todo el mundo ha descendido. Mis compañeras y compañeros ya están activos recibiendo a todas las personas que llegan al albergue y se retiran como si no hubiera más que ver en esa llegada de La Bestia. Yo sigo observando en la distancia a los grupitos que bajaron y ahora no saben si vienen o si van. Me guardo las manos en los bolsillos para no tener tentaciones y para que no actúen solas. Me siento un tullido más, cerca de unas vías que han mutilado a tantos. Pero sé que es una amputación moral, fruto del mundo en el que vivo. Soy consciente de que en cualquier momento puedo mirar a otro lado y agarrarte a ti la mano y llevarte a dar un paseo por donde los dos queramos ir. Aunque nunca será lo mismo tras haber visto todo esto...





Nota del Editor: Hoy es 20 de Junio. Día Mundial de los Refugiados. Viendo la realidad de primera mano, aquí en el Albergue Hermanos en el Camino, nos dan más ganas que nunca de seguir dando la mano a tantos y tantas que lo necesitan. Desgraciadamente sólo tenemos cinco dedos y uno de ellos está ocupado haciendo una peineta a un mundo tan injusto como éste, que permite que muchas personas tenga que huir de sus lugares de origen y pedir asilo y refugio, simplemente para poder vivir. Se necesitan más manos, muchas más...




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