Echo mucho de menos a
Armando. Pero mucho, mucho. Encender el altavoz del albergue y vocear
aquello de “Armando Medina acuda a la oficina” para que viniera
corriendo a ver si le llamaba su abuela desde Estados Unidos, o si
era una broma mía para echar un rato con él.
Cuando llegué al
albergue, él ya estaba allí. Cuando me fui, allí seguía. Pero a
día de hoy ya está en México D.F.. Al fin pudo marchar. Ya puede
empezar a perseguir sus sueños. Con todo lo que le ha costado. Estoy
muy feliz por él y me encanta saber que todo le va bien. Como a él
le gusta saber de mí, aunque ese no sea el caso. El caso es que esta
quizás sea la historia que más me ha costado escribir, pero de la
que más contento me siento porque veo que tiene un final feliz y va
camino a ser cada vez mejor.
Armando cumplió un año
en el albergue el 13 de Marzo. En un proceso ilógico, terrible y
desesperante.
Tres veces se había
parado su proceso de regularización y asilo en México cuando ya ha
puesto la huella, por errores. Se equivocaban de trámite. La
burocracia mexicana le ha jugado malas pasadas. Por inutilidades o
problemas ajenos a su situación. Él era para la administración un
simple expediente, pero detrás de eso estaba Armando, el chico del
pelo rizado que se ha tirado un año en el albergue cuando al mes y
pico debería haber tenido sin problemas la tarjeta de residencia
permanente. Por refugiado. Por haber pedido asilo. Por haber
denunciado. Pidió asilo político y no puede regresar a Honduras
porque si vuelve le matan. Es así de simple y con ello sus papeles
deberían haber llegado rápidamente.
En los últimos tiempos
que compartimos, hablamos de lo desesperante que es ver a gente
llegar al albergue, pedir papeles, hacerse amigos, irse, regresar,
volver a irse... Y él seguir allí. Pero egoístamente, a mí no me
molestaba. Armando es una de las personas con las que gusta estar. Es
uno de esos personajes sin los que el albergue seria completamente
diferente. Yo no lo he vivido y ahora me alegro de saber que ya ha
partido y está feliz. Porque hubiera sido muy duro despedirme de él
allí, a pesar de la alegría que me produciría el hecho por lo que
significaba para él. Cosas de egoístas sentimentaloides, no me lo
tengan en cuenta.
Es hondureño. Como a
tantos otros, le quisieron reclutar para el narcotráfico. Mister
Bean, un personaje clave en su historia, metió cizaña en las
pandillas por no conseguir que Armando quisiera unirse a ellos.
Armando trabajaba supervisando fincas cafetaleras del gobierno. Vivía
bien. En aquellos tiempos llegó una americana por la zona y el vato
(Mister Bean) le empezó a tirar pero ella no le hizo caso. Armando
regresa a su zona y cuando vio a la morra, bien linda, se perdió.
Como tantas veces. Es un seductor nato, siempre alerta y activo. En
dos o tres días, la americana y él se hicieron novios. Fue lo
primero que empezó a marcar las distancias entre Mister Bean y él.
Su negativa a trabajar con ellos, ahora el “robo” de la chica...
Algo insoportable, algo que merecía castigo.
Volvió a salir a
trabajar y se fue a supervisar una plantación en la frontera con El
Salvador. Su abuela, la única familia con la que vivía, que pasa
seis meses en Honduras y seis meses en EEUU, le dijo que en su
colonia, La Suazo, Córdoba, se estaba diciendo que era informador o
cobrador de la 13, la Mara Salvatrucha. En su zona domina la 18.
Volvió con urgencia. “Te han visto en San Pedro Sula (Mayoría de
la 13) cobrando impuesto de guerra. Mr. Bean te ha visto”. Era
evidente que había algo personal en todo. La chica, el desprecio que
le hizo a Mister Bean desde que no quiso ser parte de los suyos con
el tema del narcotráfico... Todo estaba complicado.
No debería ser así.
Armando llevaba una buena vida. Después de muchos bandazos. Después
de muchos viajes al norte. Consiguió un buen trabajo. Hizo labor
para el Partido Liberal. Les ayudó en la campaña porque luego les
darían trabajo. No cree en política porque todos van con la idea de
robar al pueblo. Pero él les apoyó por el empleo. Por buscar un
buen futuro. Creía que dentro de las opciones políticas era la
mejor onda. Y él trabajaba para los jóvenes.
El jefe de la banda, pese
a todo, desmintió a Mr. Bean. No había argumentos ni tenía
pruebas. Ahora Armando tenía que agarrarlo a golpes. A Mister Bean.
Es la ley de las maras. Lo tenía que hacer a golpes. Pero Armando
desoyó eso y pensó que todo estaba arreglado. Regresó a trabajar.
De nuevo, a las dos semanas, lo mismo. Volvió corriendo otra vez. Ya
era todo diferente. Ahora el jefe de la banda le dice que en una semana
tiene que desaparecer del país. Si no lo hacía, ya sabemos todos lo
que pasaría. El error de Armando, el mayor error, fue pensar que si
se iba todos pensarían que era verdad. Admitiría que las acusaciones
eran ciertas. Así se lo dijo a la abuela. Y se quedó.
Al finalizar el plazo, le
rodearon y encañonaron. Pero escapó como pudo y se escondió en
casa de su chica. En la casa de su morra estuvo tranquilo. Hasta que
un presentimiento le hizo tirarse de la hamaca donde pasaba el día
relajado. Empezaron a sonar los disparos. Empezó a correr. Era Mr
Bean al que le habían dado 400.000 lempiras por matarle. Cuando
Armando vio que se descargó la pistola del agresor fue a por él y
se enzarzaron a golpes. Le quitó la pistola y le tocó chingarlo.
Ahí se estropeó la cosa. Definitivamente. Ya sí que le iban a
empezar a buscar todos.
Se fue a otra colonia con
su primo. Todos andaban buscándole. Habló con su abuela para que
tuviera las cosas listas porque iba a desaparecer. Tenía que
desaparecer. Cuando está a punto de llegar, a una cuadra de la casa,
vio a la gente que le esperaba. Conoce las motos, los autos, a ellos.
Corrió. Su mejor amiga (era), le ayuda. Corren y se caen enfrente de
los que le esperaban. Ella mira, como paran las motos y sacan las 9
mm. Se tiró encima de Armando a recibir todos los disparos. Le
dolió. Muchisimo. Por cómo los niños de su amiga vieron todo.
Niños de tres, dos y un años. Cuando fueron a cargar de nuevo ya
corrió y desapareció hacia donde andaba escondido con su primo. Quiso ir
al velatorio de su amiga pero le llamaron y le dijeron que no se
asomara porque le esperaban allí. Eso le dolió muchísimo, no poder
ir a despedirse y acompañar a la familia de su gran amiga, la que le
había salvado la vida dando la suya.
Esa misma noche partió
al departamento de Comayagua. Su primo le ayudó con el pasaje. En
aquel departamento vive su mamá. Otro primo le dispuso en plan:
Vente y no digas nada. Pasó dos meses trabajando allí bien discreto
y escondido. Tranquilo. Pero de repente, a pesar de que había
cambiado el chip y el teléfono, le llega otra llamada. Ya sabemos dónde
estás y trabajas. ¿Dónde? Y sabían todo, direcciones y detalles
exactos.
¿Cómo consiguen la
información? ¿Cómo localizan rápidamente a alguien que no ha dado
su número de móvil a nadie y que lo ha cambiado todo? No se lo
explica del todo. Pero me dice como aparte de mara, los que iban tras
él son narcos. De uno de los cárteles más grandes de Honduras. Con
contactos en las más altas esferas. Sabían quién era, dónde
estaba, y tenía hasta sus cuentas congeladas. Tres días después de
ese primer aviso, fue al trabajo en bici y reconoció un coche tras
él. Corrió, huyendo por callejones. No podían seguirle con ese
gran carro. Desapareció. Pero llegó un nuevo momento. Primo, me
voy...
Cuando va a viajar ve a
furgonetas rodeando la cuadra. No podía salir y le esperaron una
semana. Y no se iban. Hasta que un día le pareció que se habían
ido. Aquí es mi chance, pensó. Y salió aprovechando la
oportunidad. Sin dinero, con una pequeña mochilita. A buscar a su
mamá por algo de dinero. Pero claro, a mitad de camino, en pleno
centro, a media cuadra de un puesto de policía, le rodean y sacaron
por las ventanillas cuernos de chivo para abatirle. Por suerte, no
vieron que andaba cerca el ejército y se lió un tiroteo y escapó.
Se lió todo de mala manera y para el fue suficiente para
escabullirse. Consiguió dinero de su mamá y fue a la frontera de El
Salvador donde trabajó durante dos semanas. Distinto chip y móvil.
De nuevo la misma historia. La llamada.
Cada vez era más difícil
ver opción de escape. Iba de familiar en familiar. Metiéndolos en
problemas por su mera presencia, aunque no tuviera trato con ellos e
hiciera tiempo que no tenía contacto. Ahora a su padre, que lo mandó
a Tegucigalpa. Entró en un banco y retiró 300 dólares. Cuando
salía de la sucursal vio que lo esperaban con camionetas un montón
de gente armada. Rápidamente regresó al interior y lloró porque
pensó que de allí, de aquella ya nadie le salvaba. Pero la historia
de Armando está llena de golpes de fortuna, de giros inesperados. En
este caso, una trabajadora lo vio llorar y se preocupó. Espérame
que a ver qué puede hacer el jefe. Le pusieron unos carros blindados
para sacarlo del banco por la salida de emergencia, por la parte de
atrás. Le dejaron en Aguas Calientes, en la frontera con Guatemala.
Le sacaron del país y se juntó con un hermano en la frontera con
México. Un hermano que se quería ir al norte. La gente es
increíblemente buena a veces, a pesar de este mundo tan terrorífico
en el que estamos y el que hizo el favor de llevarle a la frontera,
aún le dio 100 dolares más. Cuando simplemente haberse preocupado
por él ya le puede haber supuesto problemas.
Ahí empieza una nueva
dimensión en la historia de nuestro héroe. Por tierras
guatemaltecas, rumbo a México y quizás más arriba. Con su hermano
de compañero de viaje llegan a la capital de Guatemala, les asaltan y
les quitan los 400 dólares que llevaban. Ya no puede regresar. Es
una opción inviable. Su hermano tampoco quería volver y deciden
seguir adelante aunque sea andando.
Llegan a Tecun Humán y
comienzan los previstos ocho días para conseguir arribar al albergue
de Arriaga. Pero antes de llegar secuestran a su hermano. En una
estrambótica situación, se encuentran con un pollero, que les dice
que a las seis de la tarde, cuando termine su trabajo, les regala
unos pollos, cuando les sobren. Raro. Muy raro. Tienen hambre y se
dedican a charolear (pedir) en las calles. Nunca va mal, se puede ir
tirando, pero que un pollero (no un guía de migrantes, sino un
hombre que hace pollos) les vaya a regalar algo, así por las
buenas... Se decide a emplear el
tiempo en internet, ya que el tema alimenticio, por muy raro que
pareciera, estaba resuelto. Están en Pijijiapa. “Quedate aquí,
con los amigos, voy a hablar a mami” le dice a su hermano. Pero al
volver del ciber no encuentra a su hermano. El negocio de los pollos
está cerrado. Asustado busca en la policía, pregunta en migración.
Ni un reporte. Sin noticias. Dos días y nada. No puede hacer nada y
decide seguir adelante para presentar una denuncia. Ahí se echa de
enemigos a toda la familia empezando por su mamá.
Llega a Arriaga y toma el
tren que sale para Ciudad Ixtepec. Aquí denuncia a Beto (coordinador
del albergue) y a la fiscalía de migración. Con la denuncia
encuentran a su hermano. Estaba con diecisiete secuestrados más.
Bien “madreados” todos. Tuvieron a su hermano internado en el
hospital durante una semana tras ello. No agarraron a la gente, solo
liberaron a los migrantes. Su hermano traumatizado no quiere la
opción de tramitar documentos y regresa para Honduras. Pero él se
queda, no puede regresar. Además, no quiere. Le explican lo del
refugio, que es posible por la denuncia, pedir asilo político en
México. Su situación particular en Honduras le ayudará también.
Le hablan de cuarentaycinco días hábiles para conseguirlo. Lo
habitual, lo establecido.
Pero esta historia sería
muy diferente si todo hubiera sido lo habitual o lo establecido.
Cuando yo llego al albergue ya está desesperado. Con planes que van
cambiando, con gente que va conociendo, con momentos mejores o
peores. Pero desesperado. Le gusta trabajar, pero no esperar. Lo ha
pasado chido en el albergue. Amigos de todos lados, morras...
Diferencias también, muchas cosas distintas. Pero se desespera. Los
papeles no llegan y cuando van a estar a punto vuelve a surgir un
extraño problema ajeno a él y al proceso, y todo vuelve a empezar.
Él se ríe a ratos, se siente bien en Ixtepec, pero cada vez es más
Trixtepec, como mucha gente llama a la ciudad. Empieza a tener
problemas por decir las cosas, porque la situación es difícil,
porque el día a día le puede. La desesperación. Antes de esta
época era raro que enfermara. Ahora cae enfermo a cada rato.
- ¿No tienes miedo aquí?
- Estoy pendiente. Sí.
Siempre con los ojos abiertos.
No llama a
Honduras. Nunca. Sólo habla con su abuela cuando está en Estados
Unidos. Le extorsionaron por facebook y tuvieron a su familia
encañonada. Si no regresaba los matarían. Afortunadamente, el Zorro
-uno de los jefes grandes en Honduras- reflexionó y dijo que no se
metieran con su familia. Con él lo que quisieran, pero con la
familia no. Eso le da más tranquilidad, aunque no tiene contacto con
ellos.
La historia de Armando es
la historia de una persona en permanente tránsito. El estereotipo de
la migración. En el 2010 fue la última vez que estuvo en EEUU. Le
condenaron a un año y seis meses de prisión en Arizona por las
deportaciones que ya llevaba acumuladas. Además de la “mamadita”
de decirle al juez que era menor de edad cuando ya tenía 19 años.
En 2001 hizo su primer viaje. Él solo, con diez años, pasó por
Sonora. Cruzó el desierto. Llegó a Tucson, Arizona. Sin que su familia
supiera nada hasta que llegó allí. Es precoz. Desde pequeñito
trabajó. Vendiendo, de ayudante de albañil... Toda la vida
trabajando y estudiando. Tanta precocidad me abruma y no acabo de
creerla. Me pregunto como un niño de diez años se sube en el tren.
Cómo sobrevive. Por qué lo hace. Quería ir donde su papá, al que
no conocía. Preguntando se consigue todo, se ve cómo llegar. Pero,
¿Se llega? Cuando alguien como Armando se convence de algo, lo hace.
Lo dice y lo hace. A fin de cuentas, “sólo” son veintiseis días
entre Chiapas y Sonora. A los chiquitos la migración no les hace
nada. En aquel tiempo era más tranquilo, no como ahora. Te podías
caer, te podían robar... Pero no como ahora que te van a atracar
seguro, que te van a matar si no sigues ciertas normas. Y si las
sigues, pues depende de la suerte. Los días en los que hablabamos,
el albergue cumple siete años. Cuando él subió a los diez años,
no existía.
Es la primera vez que
sube por aquí. En el 2006 sufrió su primera deportación por ir en
un carro. Obviamente sin licencia ni nada. En un retén cualquiera lo
pararon y se acabó la aventura. En el 2008 subió otra vez. Ya era
diferente.Todo era más feo en el camino. No tan feo como ahora,
porque te asaltaban y ya. No como ahora. Cruzó el desierto otra vez,
pasó tres meses en Estados Unidos y llegó otra deportación. En el
2009 ya era realmente peligroso. Casi les matan en el camino. Les
quisieron secuestrar. Por aquel tiempo los Zetas empezaban a controlar
todo. Pese a todos los peligros volvió a llegar y se quedó en
Arizona. La ley de migración entonces ya era más dura. Le sacaron
del trabajo y le deportaron. Y el 2010. La última vez. La ya
comentada. Tras dos meses en Arizona tuvo que cumplir con un año en
una cárcel Federal y seis meses en la del condado. Le deportaron y
sabe que en cinco años no debería subir más.
Y ahí empezaron los
problemas. Todo lo que he contado antes. Todo su infierno en
Honduras.
Pese a toda esta
historia, pese a toda su trayectoria y sus condicionantes, un día se
iba. Se iba del Albergue y quería regresar a Honduras. No aguantaba
más aquí pero le convencieron para quedarse. Otra crisis la conocí
yo. Vi la frustración. Aquella vez me ponía la excusa del dinero
para ir a firmar. Estaba harto de comerse las inutilidades del
proceso de regularización y encima no tener dinero para ir a firmar.
Salvó la crisis y me sentí bien por ello. Fue la última que tuvo.
Ya ha salido del albergue. Rumbo al norte. Sin prisas por cruzar la
frontera. Va bien acompañado. Con un grupo de buena gente que ha
estado largo tiempo en el albergue que se han ido esperando unos a
otros para empezar la aventura juntos. Gente de esa que merece mucho
la pena. Y yo me siento feliz por ello. Por ver sus fotos en México
D.F., por verles encaminarse a sus sueños, a una vida mejor.
A Armando le frustraba
ver gente que iba, regresaba, iba. Y él seguía en el albergue.
Ahora ya lo ha conseguido y ha sido él que ha marchado, dejando un
hueco muy difícil de llenar en el albergue.
Me dice que siempre le
gustó la informática. Quiere sacarse ingenieria de sistemas.
Entiende mucho. Desde chiquito ayudó en negocios de internet. Quiere
trabajar y estudiar. Prefiere matarse trabajando que ir a robar. Fue
lo que le enseñó su abuelita. La que está siempre pendiente. Su
abuelita a la que se lo agradece todo. Si no tiene plata, no compra.
No se enjarana por eso. Y nunca lo hará. ¿En qué no ha trabajado
él? Sembrando milpa, cortando café, reparando celulares, de
albañil...
Ahora mira atrás y ve
como sus amigos están todos metidos en maras, en problemas, en mala
vida. Pero lo entiende. Pocos
se salvan de entrar. Pagar o cobrar, esa es la diferencia a la que
pocos, como Armando, pueden resistirse.
Recuerda con pesambre
muchas historias. Pero sobre todo lo que lleva encima y pesa mucho.
Me dice que a Mister Bean no lo mató él. Me dice que quedó vivo,
que es lo que él cree, pero lo remataron los mismos que le habían
encargado ocuparse de Armando por no cumplir el trabajo. Muchos están
muertos ya. Muchos se han matado entre ellos mismos...
Armando sonríe y me
vuelve a llamar “Chaki”. Desde que me vio con el pelo suelto
empezó a llamarme Shakira y eso se extendió como la pólvora por el
albergue hasta el punto de que gente que empezaba a llegar, muy seria
y solemnemente se dirigían a mí llamándomelo porque asumían que
era así. Me dice “Chaki”, sonríe y nos empezamos a reír de
alguien. Como siempre. Y a hablar de chicas. Como de costumbre. Y de
planes de futuro...
¡Buen viaje amigo! ¡Nos vemos pronto, colocho!
No hay comentarios:
Publicar un comentario