lunes, 24 de febrero de 2014

Historia de una foto (Volumen 4)






El que escribe tiene envidia del que hace la foto. Nunca podrá transmitir tanto por muchas y acertadas palabras que use como una buena fotografía. Aquello de que una imagen vale más que mil palabras no es del todo cierto, pero podemos negociar la exactitud de la frase si nos ponemos en un margen de doscientas a cuatrocientas.

Es algo clásico. ¿Recuerdan el cuento del pincel inseguro? Aquel pincel, en manos de un artista en ciernes, que no podía soportar que todo lo bien que quedara el cuadro fuera mérito de los colores al óleo que él desparramaba con sus cabellos. Eso le intranquilizaba y ponía nervioso y hacía que cada pincelada que era obligado a dar por el pintor tuviera un trazo irregular, inseguro y deslavazado, lo que daba aún más belleza a la obra. Mientras tanto, el óleo, fuera del color que fuera, se reprimía y diluía en la pena que le daba ser un mero agente que manchaba el lienzo, el verdadero protagonista de la obra, según su manera de mirar las cosas. El lienzo, blanco y áspero por naturaleza, se irritaba de pensar que todo el mérito se lo llevara el pincel al que él cedía su cuerpo para ser acariciado, y respondía con la firmeza o flexibilidad necesaria a cada contacto con sus pelos. Todos se miraban entre sí, sin comprender qué habían hecho en anteriores vidas para ser tan desgraciados de no conseguir lo que los otros conseguían, sin reparar que el pintor los odiaba con toda su alma por saber que sin ellos no sería nadie nunca. ¿Lo recuerdan? Probablemente no, porque me lo acabo de inventar, pero algo así sucede cuando uno se pone a dar palabras a una foto que ya de por sí habla por sí sola.

Darinel ya no está por aquí. Acaba de partir y es feliz por ello.

Marisela no debería haber estado tanto tiempo aquí, pero sigue con nosotros. Las circunstancias que la rodeaban cuando llegó, hicieron que tuviera que quedarse un tiempo que en ningún momento estaba contemplado ni se le había pasado por la cabeza.

Darinel era un tipo aparentemente seguro de sí mismo. Sonrisa perpetua, seductor nato. Su tiempo en el albergue estaba lleno de maniobras de acoso y (casi) derribo a toda aquella chica que llegaba a hacer el voluntariado. Pocas le negaban la atención y pocas le hacían torcer el gesto. Alemanas, americanas, mexicanas... No tenía ninguna predilección especial, simplemente todas eran susceptibles de ser seducidas por él.

Marisela es el prototipo de niña que es guapa y lo sabe. Un encanto en las distancias cortas y un amor en las largas. Le gusta pasar más tiempo con el personal del albergue que con sus compañeras o compañeros migrantes. Se sabe bonita y se deja querer con ingenuidad impostada.

Darinel y Marisela empezaron a acercarse por mera ley de la gravedad. Probablemente, con Marisela a Darinel no le funcionó nada de lo que trabajaba con las voluntarias. Seguramente con Darinel Marisela no pudo hacerse la ingenua que sonreía. Así que cuando se juntaron, todo pasó a ser algo interno y diferente a lo que eran por separado los dos. Se miraban y tocaban como dos adolescentes primerizos, inspirando una ternura que no es propia de estos lares. Paseaban y se perdían como si el tiempo y las circunstancias no existieran.

En la foto, estremece ver el infantil juego de niños de dibujarse con bolígrafo sus nombres y un corazón en un lugar donde se persigue que se hagan tatuajes unos a otros porque es una peligrosa práctica habitual. Porque el tatuaje en según qué personas y según qué sitios, puede ser una tinta muy fácilmente mutable en sangre.

Darinel se ha ido con toda la felicidad del mundo porque sigue su camino en pos de un sueño, pero ha dejado la tristeza que le ataca en forma de añoranza y recuerdos. En forma de Marisela y todo lo que son el uno para el otro.

Marisela vaga por el albergue aparentemente entera y feliz. Pero se la ve más perdida e incompleta. Aunque no pierda la sonrisa ni la coqueta mirada de ingenuidad impostada.

Darinel y Marisela son de ese tipo de gente que sale bien en las fotos. Sólos o acompañados. Pero en la fotografía que da sentido a esta historial, salen mejor aún por lo que supone la suma de sus partes, que están pendientes las unas de las otras, sin pensar en el objetivo con el que Dani les inmortaliza. En esa instantánea de la que nadie está preparado para poner unas líneas ni generar una historia con ello. Perdonen ustedes, y disculpen las molestias. Son celos y nada más, de alguien que no sabe hacer fotos bonitas...


Postdata: Esta historia, obviamente, debe llevar anexadas el resto de fotografías que fueron tomadas en torno a la que le da sentido. Aquí debajo las tienen, para que quede constancia documental de que tampoco es fácil hacer una foto hermosa, aunque algunas pensemos que se hacen solas. ¿Recuerdan el cuento del pincel inseguro?
















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