jueves, 9 de enero de 2014

Historia de una foto (Volumen 2): La mochila desconocida








Hola.
No sé si os acordáis de mí. Quizás no me hayáis conocido nunca, pero seguro que habéis tratado a alguna prima o incluso hermana mía. Soy la mochila desconocida. Sí, esa que veis en la foto en primer plano, como protagonista. Es extraño, porque no suelo salir. Las fotos no suelen fijarse en mí, más allá de los catálogos de los centros comerciales, y tampoco mucho. Normalmente estoy oculta, en la espalda de alguien. No sólo no acostumbro a salir en las fotos, sino que llevo una mala vida allí detrás. Recibo golpes y estoy casi siempre a la intemperie. Sufro la frustración de mi dueño cuando no puedo tragar más cosas, aunque en ocasiones me llenen hasta vomitar cerrándome la boca de mala manera. Soy yo. Esa que en algún momento te ha servido de acompañante y te ha dado calor, a veces más de la cuenta, en la espalda. Reconozco que también ha habido momentos en los que te he hecho daño en los hombros por querer amarrarme a ti con toda mi fuerza, pero el control de la línea nunca ha sido uno de mis virtudes y sinceramente, vivir contigo me pone el colesterol por las nubes en épocas vacacionales.

Soy yo. La indispensable en algunos casos. La deseada. La que ha dejado de llevar el dinero para que te lo escondas en otras partes de tu cuerpo. La que llama la atención y es la primera en ser registrada a pesar de ir en la espalda. Mi intimidad es violada de manera inevitable cada vez que alguien asalta a mi dueño en el camino. Parezco ser la poseedora de la virtud y el tesoro. La guardiana de las riquezas no poseídas. Soy así. Si estoy abultada parece que contengo algo más allá que meras anécdotas en forma de posesiones no valiosas que podrían, aunque no sea cierto, ayudar a hacer más llevadero el viaje. Me mojo y me reseco con el sol. Tiempo después, si sigo animada y entera, iré congelándome en algunos tramos.

Pero aquí estoy ahora. Soy soy. Bella y sencilla. Vacía de posesiones para dejar espacio a los sueños. Con hambre. Mucha hambre. Parezco despistada y no estar pendiente de nada, pero padezco de gula porque todo el mundo me habla de que voy a morir de inanición. Mi dueño me ha dejado por aquí sin aparente cariño aunque sé que está pendiente de mí. Como tú me estás mirando ahora mismo. Soy el centro de atención aunque la escena que interesa al mundo está más allá. En una de las miles de conversaciones que dicen que hay por el albergue para tratar de ayudar al migrante, para ver alternativas a la desgracia, para poner remedio al dolor, para conseguir papeles para la indefinición, para señalar al infractor...

A veces sufro de esquizofrenia por pasar de espaldas a espaldas, por no reconocer el sudor que me moja, por tener que adaptar mis brazos a los hombros de personas diferentes, algunas cariñosas, algunas furtivas, algunas, tantas... 

Quizás esté equivocada y todo lo que estoy contando no es real. Dicen que podría ser la mochila de alguno de l@s voluntari@s que hay por estos lares. Una mochila más limpia y menos dañada. Hay quién dice que incluso puede que contenga algún aparato electrónico, chicles, pañuelos de papel, algún complemento de Zara o Natura y signos de ser poseída por un perroflauta aburguesado. Una mochila, a pesar de tan repleta, con espacio para recoger y guardar con cariño ilusiones, experiencias e irrepetibles instantes vitales que valen por varias vidas.

Quizás, sólo quizás, no sea más que una mochila. Pero tú y yo sabemos que tus sueños pueden guardarse en mí, aunque ya esté repleta de ellos. Los sueños caben en cualquier sitio, por muy grandes que sean. Solo temo el momento en que me mires y no tengas nada que guardar en mí...



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