martes, 21 de enero de 2014

El cuento que quizás Ramón nunca cuente a Saray




Al llegar, hace ya más de dos meses, ella fue la que me recibió con una sonrisa. Me dio cariño, quería jugar, me llamaba grandote. Con todos se llevaba de maravilla, no sólo con nosotros tres. Luego resultó ser una pequeña rabo de lagartija, todo el día moviéndose, de aquí para allá, agarrándose a ti y a todo el que encontraba por el camino. Si le prestabas atención estabas perdido, no te soltaba en ningún momento. La sonrisa franca, la risa contagiosa, la mirada chispeante. Así era (es) ella, Saray.

Tiempo después de conocerla se fue. A su tierra. A arreglar cosas. Se vino a despedir de todos. De todos y cada uno. Como hacía cada vez que compraba unas golosinas, unas paletas, unas galletas... No dejó a nadie sin decirle que se iba dándole un beso. Como cuando compraba cualquier cosa. Compartía todo. Su cariño y lo poco que tenía para disfrutar del dulce en cada momento.

Ya no está por aquí. Ha llegado a su destino. Al que querían sus padres. Está con su abuelo y su madre, Fabiola, en New Jersey. Lo previsto. Lo planeado. Lo que quería Ramón, su padre, aunque ahora esté triste, melancólico y aburrido por aquí. Precisamente, por ese aburrimiento que arrastra, decidió contarme todo, decidió echar el rato conmigo y hablar de cosas que no sabe la gente (y que tampoco tienen por qué saber) y yo le prometí que contaría el relato para que vosotr@s en España, conociérais un poco más el albergue por medio de las historias y las personas que lo habitan.


Ramón siempre lleva gorra. Una horrorosa gorra del América. Supongo que digo horrorosa porque es del América. El América en México es como el Real Madrid en España. Hay que detestarlo si crees en la justicia. Esto a Ramón le da igual. Ni siquiera lo hemos hablado, pero supongo que le da igual. “Si-mon” diría. O algo así. Lo de “si-mon” es una coletilla muy usada por centroamericanos que no sé realmente si se escribe o no así. La utilizan para todo y al principio cuando te contestan a alguna pregunta “si-mon” no sabes si te quieren decir que “sí” o que “no” o que todo lo contrario. Ramón, además, suele llevar gafas de sol casi todo el día. Muy oscuras, no dejan ver sus ojos y su mirada. El “si-mon” es más difícil de interpretar. Pero el América o el Madrid a Ramón le darán mucho igual. No como a much@s que acaban de dejar de leer por lo ofendid@s que se sienten por lo que he dicho del Real Madrid. A mí también me da igual. Esto sólo debería hablar de Ramón. Y de Saray. De la familia y las peripecias de Ramón. Y de su elegante boina negra, que no sólo de gorra amarilla del América vive el hombre...

Ramón tiene las uñas largas como un guitarrista y rasgos agitanados, aunque lo único que le he oído cantar es a Roberto Carlos y alguna cosa de ese estilo. Es un clásico romántico dice. Nació en Honduras acaban ahora de cumplirse 37 años. Es bastante mayor para la media de edad de lo que hay por aquí. Quizás por eso se aburra tanto. Seguramente por eso se sienta bien a mi lado y le guste que sepa su historia. Y que la cuente. Porque sólo la leerán en España. Y España está muy lejos. Debería hacerle algún regalo de cumpleaños, pero sé que sólo hay una cosa que desee y eso no está en mi mano. Lo único que le daría si pudiera es paciencia y un acelerador del tiempo para que lleve mejor el que tiene que esperar hasta que todo pueda solucionarse.



Como digo, Ramón tiene 37 años y Saray, su hija, 6. Fabiola (realmente no es su mujer porque son “unión libre”) tiene 19. Saray y su madre ya están desde hace poco tiempo en New Jersey con su abuelo y padre, el suegro de Ramón. Lo números que hay en este párrafo no son erróneos. Están revisados, no están cambiados en un movimiento de adecuación de la letra del blog.

Me habló de los momentos anteriores a que nosotros apareciéramos por el albergue. Vino él solo con la niña. Fabiola y él estaban mal, platicaron en buena armonía y se dejaron. Posteriormente, por el facebook, fueron encontrando vínculos, sintiéndose mejor ambos, y decidieron volver a juntarse. Sobre todo por el vínculo fundamental y clave: Saray. Es curioso como nosotros venimos de un lugar donde lo normal es que se rompan parejas por el facebook y como por aquí, usualmente, suele pasar al contrario. Se volvió para Honduras a traerla. Y así conocimos a la familia. Empezaron a arreglar papeles. Querían estar legales en México. Y en ello estaban cuando por sorpresa, sin decir cómo ni por qué, nos contaron que se iban de vuelta. A mí me confesó que tenían unos temas y que si todo salía bien volverían. Ahora sé que volvieron por la suegra enferma. Son esos momentos en los que Saray te abrazaba y te daba mucha pena. Cuando volvieron todo tomó color. Apareció como un torbellino, con su nervio y su sonrisa. Con sus demandas tras el grito de “grandote”. Estaban de nuevo de vuelta.

Fabiola llevaba siete años sin ver su padre. El padre vive en New Jersey y está a punto de ser ciudadano estadounidense de pleno derecho. Se ha casado allí y falta poco para que pueda acoger gente a su cargo y con total legalidad. Es un regalo que Ramón quiso hacer a Fabiola y a Saray. Acelerar los planes. Ver luz al final del túnel. Sabe que la niña, por la legislación norteamericana, ya podrá entrar en una escuela el próximo semestre. Por ello subieron el viernes 26 de Diciembre. Se fueron en autobús. Largo viaje primero al Distrito Federal y del DF a Nuevo Laredo. Allí pararon y estudió todo bien. Pagó 1500 pesos de hotel por tres días. A eso les sumó 120 de depósito por noche. Era el único sitio donde parecía que todo era seguro para ellos. Lo tenía todo muy estudiado. Dentro de lo estudiado y controlado que se puede tener todo en las ciudades fronterizas de este corrupto país.



Cuando por fin salieron, Fabiola creía que se iban a tirar al río y cruzar los tres. ¡Al Río Bravo! Ramón se negó en ese momento. Nunca pensó hacerlo así, y el frío de la zona le dio la razón. Saray no aguantaría con esas temperaturas bajo cero el peligroso cruce del río. En su lugar fueron a cruzar por el puente internacional. Él estaba ojo avizor. Vigiló todo, cualquier posibilidad, con una sola obsesión: Que ellas pasaran. Era su único propósito. Sabía que una vez que ellas cruzaran ya tenían el camino hecho, y que sólo tendrían que tomar un bus a New Jersey sin ningún tipo de problemas. Pero él era otra historia. Si a él lo agarraban del otro lado todo se vendría al traste. Llamó la atención de los controles para que ellas pasaran sin problemas. Pero se le acercaron los zetas. Siempre los zetas. Con más poder que cualquiera en este pinche país. Él tiene una relación “especial” con los zetas. Querían captarlo. Llevan tiempo tras de él. Y él no cede. Pero a los zetas no se les dice que no. Y él es conocido.

Volvió al hotel tras dejar felizmente a su niña y su mujer bien encaminadas y supo que estaban tras él. La aparente seguridad del hotel pasó a ser la intranquilidad de ser entregado por el que le había cobrado un poco más y le había asegurado con una sonrisa que allí estaría seguro y que se recluyera hasta que pasara un poco todo. Esas cosas se saben cuando has pasado por ciertos trances en la vida. La vida que, en según que sitios vale muy poco y se compra y se vende sin ningún rubor. Y estamos hablando de la frontera. Donde menos vale.

Amenazado y con mucho miedo. Sin mucha opción de escapatoria. No podía salir del hotel pero sabía que el hecho de que entraran a por él con total impunidad era cuestión de tiempo. Buscó ayuda en el Padre Solalinde. Este, movió hilos y consiguió que por medio de la comisión de Derechos Humanos saliera de allí discretamente y que tomara un pasaje rumbo a Querétaro. De allí vuelta a Ixtepec, más tranquilidad, pero sin dejar de tener ojos en todas partes. Al Padre le debe todo. Se le ilumina la cara hablando de él. Pero no le gusta contarlo mucho. Sabe que lo que ha hecho y hace el Padre por él, salvándole de aquello, dándole cobijo tanto tiempo como necesite, como se ha portado con su familia, es impagable. Pero no le gusta que la gente se aproveche de él. Porque el Padre ayuda a todo el mundo y no le pone pegas a nadie. Porque él sabe que hay gente de todo tipo. Y muchos no son sanos y sólo buscan aprovecharse.

Siempre con gorra, con boina, con gafas de sol. No sabía por qué estaba así desde que lo conocí, pero me explico ya la razón. Ha sufrido ya tres deportaciones. Si le vuelven a pillar puede acabar muy mal, recluido en un centro de inmigrantes, peor que una cárcel. En unos meses, si tiene paciencia y todo va como debe, su suegro tendrá nacionalidad americana. La niña ya mismo podrá estudiar y será legal en EEUU. Su pareja también. Ese será el momento para plantearse otros temas. Volver a reunirse. Seguir adelante. Tener una vida normal. Quizás casarse para hacerlo todo más fácil. Y volver a sonreír en familia.

De momento aguanta. Aburrido. Yo puedo hacer poco, pero escucharlo y escribir su historia está en mi mano. Y sé que a Saray le encantaría que lo hiciera, me daría un caramelo y me diría ¡Grandote! mientras se abraza a mi pierna pidiendo que ande con ella colgada o esperando que la haga volar de las manos...



B.S.O.: "El gato que está triste y azul" (Roberto Carlos)




No hay comentarios:

Publicar un comentario